Cuando las Torres Gemelas cayeron en Manhattan, la madre de Francetta, que la crió en Staten Island, decidió mudarse a un lugar más seguro y eligió la tranquilidad de West Palm Beach.
Mientras ella habla conmigo y me cuenta su historia, su perro viene a reclamar su atención. “Viene de Puerto Rico”, dice Francetta. “Hace dos años, justo después del devastador huracán. Me gusta pensar que ha sido rescatado y ha encontrado un hogar aquí con nosotros”. Francetta, tiene 22 años, es hija única y fue criada por su madre y su abuela, y no conoció a su padre hasta los 17 años. En ese momento, él acababa de sufrir un infarto y se acercó para ponerse en contacto
con ella. Ahora hablan entre ellos de vez en cuando, pero a ella le resulta difícil olvidar todos esos años sin su presencia.
Es estudiante de bellas artes y necesita la pintura y el grabado como respirar: “El arte me ha traído paz y concentración y me ha alejado de todo lo demás que sucede en mi vida. No tengo demasiados pasatiempos, solo el arte y supongo que leer”.
En cuarentena, hace tareas escolares, pasea a su perro, lee y juega videojuegos. Sus favoritos son Tender Switch y Animal Crossing. Escucho voces que se elevan fuera de su habitación por algo que ha hecho el perro; luego llaman a Francetta, todavía enfurecidos. Francetta sigue posando para mí, relajada, mientras sus ojos terminan fijos en el techo, distanciada. La pose también cambia, pero ya he dibujado su cabeza, y no digo una palabra mientras me concentro en dibujar su cuerpo en la nueva pose. Ahora parece estar en su propio mundo, al igual que algunos de mis personajes pintados de mi serie de soñadores.
Su abuela tiene 84 años y acaba de salir del hospital, y su madre, profesora de inglés, la está pasando mal porque sus alumnos, niños inmigrantes de América Latina, no se presentan mucho a sus clases en línea durante la cuarentena. Es un momento difícil para todos, pero el arte de Francetta la lleva justo donde quiere estar.
