Como artista, he sido muy nómada. Me inspira el viajar, conocer gente, observar y escuchar sus historias.
Cuando se declaró la cuarentena, me di cuenta de que estaba sucediendo algo excepcional: el mundo entero se había detenido, por mas desprevenida que estuviera la gente, nunca antes había sucedido eso en el mundo.
Me encontré solo en Madrid, en un nuevo estudio vacío con solo dos maletas, un portátil y un cuaderno de dibujo. Entonces se me ocurrió una idea: ¡podría viajar sin cruzar la puerta!
Pedí voluntarios en mis redes sociales, tal vez como artista podría hacer algo especial para ellos, darles un poco de gratificación durante las dificultades del encierro y, a cambio, ellos podrían hacer lo mismo por mí: retrataría gratis a cualquiera, a cambio de que me contaran su historia, que luego editaría y compartiría con el resto de mis seguidores.
Si no hubiera sido por el largo encierro, hubiéramos seguido con nuestras ocupaciones y nunca hubiera conocido a tanta gente maravillosa y hecho amistades tan bonitas. Confinado en mi estudio, viajé a alrededor de 60 países y pude entrar a hogares tan diferentes, pero el regalo más preciado es que la gente se abrió a mí por completo y me contó gran parte de su vida, como si ya estuviéramos familiarizados. Quería saber quiénes eran, su pasado, cómo vivían, qué proceso de su vida había interrumpido la cuarentena y cómo pasaban el tiempo en aislamiento social.
Algunos participantes, después de pasar hasta 3 o 4 horas conmigo, en forma de agradecimiento me cantaron canciones, tocaron un instrumento musical, me dibujaron, me leyeron poesía o me mostraron su casa o estudio de arte, me presentaron a su familia, mascotas, o cómo hacian las cosas con sus propias manos, como máscaras, bolis artesanales o joyas. Me di cuenta de lo extraordinaria que era esta gente «común», y mis retratos intentaban ser testimonio de ello. Tanto ellos como yo atesoramos el recuerdo de esa experiencia maravillosa en tiempos de aislamiento social.